jueves, 15 de enero de 2009

De cuando estuve en La Habana (1ª Parte)

Año 48 de la Revolución. O lo que es lo mismo, año 2007. Cuando mi equipaje y yo nos subimos al Boeing 737 de Air France que nos llevaba desde el aeropuerto parisino Charles de Gaulle al José Martí de La Habana; me fijé en el tipo de gente que subía a bordo conmigo. Eso es una de las ventajas de viajar en solitario, no hay nada ni nadie que te impida captar -y retener después- todas y cada una de las cosas que ves. Era la peor época para viajar a Cuba, estábamos a finales de octubre, y los huracanes y ciclones del Caribe no iban a tardar en hacer acto de presencia. El pasaje era, por tanto, bastante diverso, grupos de jubilados, matrimonios de mediana edad, alguna que otra pareja de recién casados -de esas que graban en vídeo hasta el sellado del pasaporte-, algunas pandillas de amigos, o de amigas, de todas las edades, etc. Prácticamente no había ningún cubano, salvo uno o dos que vestían ropa deportiva de la selección cubana, y alguna familia o alguno con pinta de estudiante que regresaba a casa. (foto 1: patio interior con pajareras del Hotel Plaza, Habana Vieja.)

Tras colocar la mochila en el baúl encima de mi asiento -"P" de pasillo, tocaban nueve horas de levantarse cada vez que alguien quisiera ir al baño- y esperar una hora de retraso por culpa de unos problemas con la bomba del surtidor que nos debía llenar de fuel hasta los topes, finalmente despegamos. A mi izquierda, dos catalanes recién casados grabando al personal de pista cagándose en todo -en francés, claro-, delante, dos jubilados gays italianos, sentados junto a un cubano de color que hablaba a la perfección el francés y el inglés. Alguna otra gente venía, charlaba un rato, y se iba, convirtiendo los pasillos del Boeing en algo muy similar a la plaza de abastos de cualquier pueblo. Las conversaciones eran mayoritariamente sobre las playas más cercanas a La Habana, o las de Varadero, sobre música, sobre la noche habanera, o los precios de la bebida o la comida -por este orden-, sobre las cubanas y los cubanos, etc. Ahí fue donde comprendí que debía ser yo el único de los más de quinientos pasajeros que no llevaba bañador en el equipaje. (foto 2: escultura en hilo metálico -retroiluminada por la noche- del Che Guevara, en el Ministerio del Interior, Plaza de la Revolución, El Vedado, La Habana.)



Por otra parte, y según iba pasando el tiempo -sobre todo cuando se me terminó la reserva de tres días en el confortable Hotel Plaza, en pleno corazón de la Habana Vieja- me fui dando cuenta de que, tal y como yo deseaba, iba a descubrir una Habana diferente a la que conoce el turista común. Puede que gracias a viajar solo me topé el primer mediodía, en los alrededores de la iglesia del Sagrado Corazón, junto a la sede de la Gran Logia de Cuba, con tres jóvenes cubanos, cuyos nombres no pondré aquí para salvaguardar su identidad, ya que por seguridad del turista, primera fuente de ingresos del país, no les está permitido tratar a extranjeros sin permiso especial. Los tres eran residentes en el clásico barrio centrohabanero de Cayo Hueso, distrito humilde y obrero de la capital cubana, mayoritariamente negro. Durante el mes que estuve en Cuba me acompañaron, en sus horas libres de trabajo, a todos los rincones ocultos de esta magnífica ciudad, y me ofrecieron desde el primer día techo y comida, que no dudé en aceptar. Me enseñaron todos los truquitos con los que los cubanos avispados timan a los pepes (españoles) y a los yumas (norteamericanos, y extranjeros turistas en general), el truco del mojito, el del cambio de moneda, el del botero (taxista clandestino) que se hace el desconocido y te cobra una salsa que luego se reparten a medias, y un sinfín más. Me enseñaron también cuánto debía pagar por cada cosa cuando fuera solo, ya que en La Habana son muy dados a exagerar los precios por ofrecer un servicio como un bicitaxi -peculiar medio de transporte del que hablaré en otra ocasión-, o venderte una cerveza si saben que eres turista -lo saben-, cosas como cuánto ofrecer como propina a la señora que cuida de un aseo público, o cómo escabullirse de los famosos jineteros, cubanos que se dedican exclusivamente a asediar a turistas ofreciendo tratos y servicios que siempre resultan en un fraude. Incluso, con el tiempo, llegué a trabar amistad con algunos de ellos en el bar Al Paso, donde se reunían al final de la jornada para contarse sus cuitas. La mayoría eran simples jineteros de a pie, pero también había conductores de bicitaxi -justo enfrente del bar hay una parada-, boteros, o incluso chóferes de carruajes. La cantidad de anécdotas y situaciones en las que me vi envuelto es de lo más variada, desde tener que librarnos de patrullas y controles de policía saliendo al paso de sus desconfiadas preguntas contándoles que era estudiante de intercambio, hasta escenas casi de película de espías, llevando a la embajada de España el pasaporte y documentos personales de algún desgraciado -y timado- pepe al que unos jineteros conocidos le habían levantado el equipaje nada más llegar. Eso sí, pude comprobar en esa ocasión la gratitud de los timadores habaneros, ya que como agradecimiento, al volver de la embajada me regalaron una espléndida botella de ron Havana Club 7 Años y una suculenta cena consistente en un tremendo pollo frito. (foto 3: escena habitual en las calles de Centro Habana.) (foto 4: avda. Salvador Allende, a la izquierda, de color ocre, la sede de la Gran Logia en Cuba, y al fondo, el campanario de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.)

Pero bueno, de las delicias de la comida cubana que pude disfrutar y de muchísimas otras cosas que descubrí de este gran país, hablaré en próximas entradas, para que todos y todas podáis conocer un poquito más la realidad cubana, que no es, ni mucho menos, tal y como la pintan ni sus fanáticos admiradores ni sus enemigos más acérrimos. Tuve la fortuna de poder descubrirla de primera mano, sin horarios, sin hoteles, sin guías turísticos, y sin una billetera con más de lo imprescindible, sólo con una mochila, cuatro mudas de ropa y una cutre cámara de fotos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

las fotos me encantan.. y bueno que decir del relato.. jaja si parece k estuve cntg en el avion y todo!!

me encantan esos detalles minuciosos con k describes lo k viste!


;) un saludo y un beso!

Anónimo dijo...

Venga, sigue, sigue.

Maite dijo...

Como lo leí al revés, vivi la historia a la inversa, no importa fue placentera. Me encantan todos los detalles que muestra tu Cuba, que es la mía pero diferente. Gracias por estas anécdotas juglarescas, cuando vuelvas te prometo más de Cuba, ya no seras un "pepe" ya casi eres de aquí.
PD: La escultura del Che está emplazada en el Ministerio del Interior.
Maite

José Ramón González Lede dijo...

Me alegro que te guste.

No sé qué falló en mi memoria para confundir el MinREX con el Ministerio de Interior, pero agradezco tu percepción. Ya está corregido.